Pintadas a partir de un modelo existente y reproducidas a escala real, las representaciones hiperrealistas de collares y carteras adornadas con cuentas o con pieles creadas por Victoria Gitman no solo exudan sensualidad, sino que entrañan valiosos trasfondos conceptuales. Sus pinturas muestran el tipo de pericia técnica, efectos visuales y meticulosa atención a la textura y el detalle asociado con la clásica pintura de bodegones generada en Europa Occidental en los siglos anteriores. Al mismo tiempo, en una alusión a las estrategias compositivas de la abstracción modernista del siglo XX, Gitman comprime el espacio recesivo, alineando sus imágenes con el plano pictórico y extendiéndolas prácticamente de un borde a otro. Además, propone su obra con una actitud de objetividad indiferente, que, junto con un hincapié en lo genérico y repetitivo, apunta a tendencias artísticas posteriores, tales como el minimalismo, el arte pop y el conceptualismo.  La esencia de su práctica polifacética es una fascinación con la capacidad que tiene la pintura para generar un equivalente óptico para el deseo táctil. La evidente hiperfemineidad del imaginario escogido por Gitman subraya las formas tácitas como ese deseo se ha encriptado como masculino dentro de los legados del arte occidental. Esta crítica velada al simple acto de mirar las pinturas intensifica las tensiones que dan vida a su obra, donde la tradición rivaliza con la contemporaneidad, la decadencia con la restricción, la humildad con la ostentación, la precisión con la belleza.