El pintor y escultor brasileño Rubem Valentim comenzó su carrera como artista autodidacta. En la década de 1950, comenzó a fijarse en los símbolos geométricos presentes en las religiones afrobrasileñas y a compararlos con las formas geométricas modernas y constructivistas. De esa manera, fue ahondando en el lenguaje artístico europeo que controlaba la producción de arte en Brasil, a fin de generar un nuevo lenguaje en el que la abstracción geométrica, el constructivismo y el concretismo se fundirían con dibujos y diagramas de las deidades de las religiones afrobrasileñas, conocidas como orishas.   En Emblema 79 (1979), Valentim crea una composición equilibrada y casi simétrica con investigaciones cromáticas puras y fuertes. La forma circular en el centro tal vez sea una referencia a Orula —el orisha de la adivinación y oráculo supremo, que representa la sabiduría y la inteligencia—, mientras que los triángulos apuntándose entre sí es una referencia directa al hacha de doble filo de Shangó. Valentim se comprometió completa y ambiciosamente con el famoso Manifesto antropofágico (Manifiesto antropofágico) de 1928: un texto modernista fundamental del poeta brasileño Oswald de Andrade (1890–1954) en el que sugiere a los intelectuales y artistas nativos tragarse y digerir las influencias europeas a fin de crear obras brasileñas híbridas que incorporen referencias indígenas, africanas y europeas. Siguiendo este proceso de pensamiento, Valentim puso en efecto un enfoque radical en la historia del arte brasileño, sometiendo el lenguaje europeo a la cultura afrobrasileña y generando al mismo tiempo un vocabulario de descolonización simbólico y poderoso.